Hace
algo más de 3 años soy madre de mi lindo Juan Nicolás. Es gracioso
ver cómo las familias paterna y materna hacen declaraciones
emocionadas sobre su parecido a tal o cual familiar desde el mismo
instante en que nació; sin embargo, desde hace algunos días, podría
decir meses, hay una pregunta que ronda en mi cabeza y es... ¿Qué
tanto me parezco a mi hijo? Es una reflexión que hago a partir de la
Palabra de Dios... En Mateo 19:14 Jesús nos dice: “Dejen que los
niños vengan a mi, y no se lo impidan, porque el reino de los cielos
es de quienes son como ellos” ¡Vaya! En ese caso, ¿cuáles son
las cualidades que tengo que imitar de Juan Nicolás para participar
del Reino de Dios?
Así,
me he tomado la tarea de observarlo, no sólo porque me encanta y
disfruto mucho contemplarlo, sino porque en realidad quiero aprender
la lección de Jesús sobre el particular:
1.
Me doy cuenta de que Juan Nicolás no se estresa hoy por su alimento
de mañana, simplemente porque sabe que papá y mamá están ahí
para proveer lo que requiere, él sabe que si le pide a su mami, yo
le voy a dar; en contraste, yo logro estresarme por lo que sucederá
mañana en vez de pedirle a mi Padre Dios que sabe y tiene
exactamente lo que necesito.
2.
Mi niño no guarda rencor, he visto como tiene “discusiones” con
otros niños por juguetes o actividades que él quisiera tener, sin
embargo, al cabo de un rato tiene la capacidad de seguir jugando con
quien tuvo el percance; por el contrario, yo guardo en mi disco duro
las ofensas que otros me hacen y me toma mucho tiempo perdonar, si es
que quiero hacerlo.
3.
Diariamente el bebé reserva una o dos horas en su día para tomarse
un descanso, una siesta, así renueva sus fuerzas para continuar con
las emociones que el resto del día trae consigo, yo también debería
tomar descansos, sin embargo, cada día observo cómo me afano, copo
las 24 horas, vivo apurada y no hago pausas, creo que, por eso, cada
vez disfruto menos de mi vida.
4.
Algo que me sorprende sobre manera, es ver cómo cuando le regalan un
juguete, él disfruta de la caja en la cual viene empacado, eso me
muestra cómo los niños gozan hasta con lo más sencillo, por eso
son tan felices, por eso no necesitan milagros extraordinarios para
extasiarse, por eso su corazón es digno de imitar, pero cuando
crecemos, merma nuestra capacidad de disfrute y empezamos a ser
exigentes en cuanto a las situaciones, regalos y vivencias para que
nos sorprendan.
Créanme
que falta más... pero quisiera que cada uno, en lo secreto y con
dirección divina pensara en aquello que debe imitarle a sus hijos,
sobrinos, nietos, primos... no sé... todos tenemos algún niño
cerca, aprovechemos y aprendamos...
Hoy
puedo decir... ¡Yo quiero parecerme a mi hijo!