jueves, 25 de julio de 2013

Y YO... ¿QUÉ TANTO ME PAREZCO A MI BEBÉ?

Hace algo más de 3 años soy madre de mi lindo Juan Nicolás. Es gracioso ver cómo las familias paterna y materna hacen declaraciones emocionadas sobre su parecido a tal o cual familiar desde el mismo instante en que nació; sin embargo, desde hace algunos días, podría decir meses, hay una pregunta que ronda en mi cabeza y es... ¿Qué tanto me parezco a mi hijo? Es una reflexión que hago a partir de la Palabra de Dios... En Mateo 19:14 Jesús nos dice: “Dejen que los niños vengan a mi, y no se lo impidan, porque el reino de los cielos es de quienes son como ellos” ¡Vaya! En ese caso, ¿cuáles son las cualidades que tengo que imitar de Juan Nicolás para participar del Reino de Dios?
Así, me he tomado la tarea de observarlo, no sólo porque me encanta y disfruto mucho contemplarlo, sino porque en realidad quiero aprender la lección de Jesús sobre el particular:
1. Me doy cuenta de que Juan Nicolás no se estresa hoy por su alimento de mañana, simplemente porque sabe que papá y mamá están ahí para proveer lo que requiere, él sabe que si le pide a su mami, yo le voy a dar; en contraste, yo logro estresarme por lo que sucederá mañana en vez de pedirle a mi Padre Dios que sabe y tiene exactamente lo que necesito.

2. Mi niño no guarda rencor, he visto como tiene “discusiones” con otros niños por juguetes o actividades que él quisiera tener, sin embargo, al cabo de un rato tiene la capacidad de seguir jugando con quien tuvo el percance; por el contrario, yo guardo en mi disco duro las ofensas que otros me hacen y me toma mucho tiempo perdonar, si es que quiero hacerlo.

3. Diariamente el bebé reserva una o dos horas en su día para tomarse un descanso, una siesta, así renueva sus fuerzas para continuar con las emociones que el resto del día trae consigo, yo también debería tomar descansos, sin embargo, cada día observo cómo me afano, copo las 24 horas, vivo apurada y no hago pausas, creo que, por eso, cada vez disfruto menos de mi vida.

4. Algo que me sorprende sobre manera, es ver cómo cuando le regalan un juguete, él disfruta de la caja en la cual viene empacado, eso me muestra cómo los niños gozan hasta con lo más sencillo, por eso son tan felices, por eso no necesitan milagros extraordinarios para extasiarse, por eso su corazón es digno de imitar, pero cuando crecemos, merma nuestra capacidad de disfrute y empezamos a ser exigentes en cuanto a las situaciones, regalos y vivencias para que nos sorprendan.

Créanme que falta más... pero quisiera que cada uno, en lo secreto y con dirección divina pensara en aquello que debe imitarle a sus hijos, sobrinos, nietos, primos... no sé... todos tenemos algún niño cerca, aprovechemos y aprendamos...
Hoy puedo decir... ¡Yo quiero parecerme a mi hijo!

No hay comentarios:

Publicar un comentario

SIN MIEDO

Cuando siento miedo,  pongo en ti mi confianza Salmo 56:3 Aún en medio de las batallas, David seguía alabando a Dios y tenía el tiempo para ...